Mauricio Molinares Cañavera
Rector
“No se puede escapar de la responsabilidad del mañana evadiéndola hoy”
Abraham Lincoln.
Es evidente que vivimos días que sin duda alguna determinarán muchos factores de nuestra existencia.
Soy padre de un par de gemelas, a quienes en sus cortos 4 años de vida, ya nos ha tocado explicarles el significado de palabras que yo aprendí teóricamente un poco más grandecito. Palabras como: pandemia, virus, crisis, guerra, bloqueos, toques de queda, genocidio, invasión, entre otros, términos que nos ha tocado explicarles a nuestras hijas, a raíz de una pandemia y una guerra que les ha tocado vivir a sus escasos 4 años.
Pienso entonces, en cuál deba ser mi responsabilidad para con ellas, en un contexto en el que por mucho que lo desee, no está a mi alcance el poderlas abstraer o eximir de un mundo convulso, en donde los valores y conceptos están invertidos. Ser bueno es malo, ser malo es bueno. Un mundo en donde una mascota tiene muchos más derechos y protecciones que la vida al interior del vientre de una madre.
Lo anterior, sin detallar el contexto de país en su actual situación política, que sin duda alguna nos mantiene en vilo en estos días, y que por razones obvias de mi cargo y por no ser la finalidad de este blog, no expondré aquí preferencia política alguna. Obvio que la tengo, como ciudadano, y de esta solo hablo en mis contextos de intimidad.
Esto no nos exime de la responsabilidad que nos asiste a todos los que tenemos capacidad de influir sobre otros seres humanos, quienes somos padres, líderes de alguna dependencia en alguna organización, quienes lideramos procesos, y en mi caso estar al frente de una institución que respalda la formación de miles de jóvenes del Caribe, tenemos la gran responsabilidad de ejercer nuestro rol en debida forma. Tamaña responsabilidad hemos debido afrontar, en medio de lo que implicó una pandemia que estremeció al mundo entero.
Pensamos que la pandemia nos haría mejores seres humanos, y no hemos salido de ella y nos estamos matando en el mundo entero, no solo con balas, sino con palabras, con actitudes, y con agresiones, fundadas en odio y desesperanza.
Trabajar con jóvenes que serán nuestros líderes en un futuro muy cercano, me obliga todos los días a revisar mi desempeño como el líder requerido en el contexto que nos correspondió vivir. Me dolería mucho que, en un futuro mediano o largo, esa juventud me reclame no haber aprovechado la oportunidad que tuvimos para responsabilizarnos de una sana formación integral. Hoy, el mundo demanda que esa formación se enmarque en escenarios de sana motivación y buena emoción, en el fortalecimiento de competencias blandas, en la óptima formación del carácter, en la debida toma de decisiones, fundado todo lo anterior en un cimiento de buenos valores y buenos principios.
¿Cómo enseñar entonces valores y principios?
Pensando en los valores y principios que hoy rigen mi conducta, quise hacer un análisis en cuanto a poder establecer, ¿En qué momento los adquirí, ¿Cómo me los enseñaron? Y la respuesta fue muy fácil, personajes de mi infancia y adolescencia que me influenciaron con el mejor método pedagógico que existe: El ejemplo.
El amor al trabajo, el amor a la familia, el respeto a la mujer. Todo este tipo de cosas las aprendí de manera orgánica en el contexto de casa, de mis papás, de mis abuelos, de mis tíos, de mis profesores de escuela y de Universidad.
Hace un par de semanas en la Universidad Autónoma del Caribe, convocamos una reunión de padres de familia para hablar de estas cosas, para hablar de droga, de sexo en la juventud, de emociones. No imaginan lo valioso que fue. Muchos padres sorprendidos pero agradecidos en estos espacios de construcción. Incluso nos pedían a los directivos que realizáramos estas actividades más a menudo.
En lo personal, quiero jugar bien, en este partido de la vida que me correspondió vivir, como padre, hijo, esposo, profesor, vecino y ciudadano. No quiero ser inferior al reto que la vida me ha planteado. Y con estas líneas solo quiero hacer un respetuoso llamado a la reflexión acerca de lo que estamos construyendo. La familia es y debe ser por siempre, la célula primigenia del tejido de una sociedad. Familias sanas, hacen sociedades sanas.
No nos rayemos la cabeza con palabrerías y argumentos para nuestros jóvenes, tratando de transmitirles información. De eso ya ellos están saciados. Seamos y hagamos lo que deseamos formar en ellos, para que ellos sean y hagan. Enseñamos lo que sabemos, pero reproducimos en otros lo que somos y hacemos.
¡Pon ejemplo, y ya!
Mauricio Javier Molinares Cañavera
Rector
Universidad Autónoma del Caribe.